ANADig: La política nacional en el ring, escribe Hernán Brienza

jueves, 19 de agosto de 2010

La política nacional en el ring, escribe Hernán Brienza

Por Hernán Brienza Periodista y escritor y politólogo.

A veces uno se ve tentado a analizar la política como si sólo se tratara de un combate de boxeo. Pero esa es apenas la dimensión lúdica del tema. En realidad, lo sustantivo es saber qué es lo que se está jugando.

Alfredo Yabrán, el gran fantasma de la política argentina de los ’90, comenzó a ser vulnerable dentro del entramado de negocios non sanctos que él administraba, cuando José Luis Cabezas disparó varias veces su máquina de fotos y lo retrató aquella tarde caminando en traje de baño por las playas de Pinamar. “Esa foto fue como pegarme un tiro en la frente”, dijo mientras contemplaba cómo se le desarmaba el andamiaje de poder que había logrado construir desde las entrañas mismas de la última dictadura militar y que se había encaramado en el armado de corrupciones cruzadas del menemismo. Yabrán le dijo alguna vez al diario Clarín que el “poder es impunidad”. Y tenía razón. El poder es, en el mundo empresario, la posibilidad de hacer lo que se le venga a uno en gana, lograr que los demás se sometan a esa voluntad y, sobre todo, no pagar las consecuencias por ninguno de esos actos. Ser impune es lograr no ser responsabilizado. Tener poder es hacer sin estar. Por eso, muchas veces, aparecer puede significar una gran derrota política. Mostrar los hilos de las marionetas que uno maneja –como ocurrió la semana pasada con la reunión del Peronismo Cardón en la casa de Héctor Magnetto o el aquelarre de la AEA y la UIA a instancias, también del CEO de Clarín– puede ser leído como un gesto de debilidad de quien está, según sus propias palabras, envuelto en una “guerra en la que va a correr sangre”. El periodista Eduardo Aliverti cotejó el domingo por la noche en el programa de televisión 6,7,8 la aparición de Magnetto con la famosa foto de Yabrán. La comparación no es vana. Porque dar la cara es asumir que se está en crisis, que se está contra las cuerdas. Pero, claro, siempre hay que tener cuidado: un boxeador mareado puede entorpecer abrazándose al rival para conseguir aire o puede meter un zapallazo a la desesperada, de casualidad, y acertar en la mandíbula de quien ya tiene dominada la pelea.
El politólogo italiano Sergio Fabbrini en su libro El ascenso del Príncipe Democrático utiliza el término de “teledemocracia” para referirse al momento actual del sistema político. Para él es la televisión la que formatea la política y la que construye e instala a los candidatos en las jefaturas de gobierno. Fabbrini pone como ejemplo primordial a Silvio Berlusconi, el megapoderoso empresario mediático, a quien categoriza como un “populista de derecha” y sostiene que los medios de comunicación son los partidos políticos de la actualidad. Claro que se trata de empresas no democráticas, sin planteamientos ideológicos, sin participación popular y, sobre todo, con intereses corporativos claramente definidos. Es por estas razones que Fabbrini sostiene que es una tarea imprescindible por parte del Estado y de los partidos políticos tradicionales desmonopolizar la comunicación.
Esta semana, el colombiano Juan Manuel Santos Calderón, flamante presidente de su país, fue protagonista del acuerdo de distensión con su par venezolano Hugo Chávez. Santos, ministro de Defensa del antipático Álvaro Uribe, es un hombre de poder, obviamente. Pertenece a una de las familias tradicionales de Colombia –inmersas en el sector productivo tradicional– que controlaron el omnipotente diario El Tiempo, que viene a ser algo así como el Grupo Clarín en la Argentina. Un buen día, el actual presidente colombiano decidió dedicarse a la política. Y tuvo la antiberlusconiana idea de separarse del grupo mediático al que pertenecía y hacer política sin abusar de la potencia que representaba su empresa periodística.
A esta altura, estimado lector, usted ya entendió de qué va la cosa. La democracia argentina se merece el sinceramiento de algunos de sus actores. Si Magnetto, por ejemplo, siente deseos de participar en política sería sano para el sistema político que renuncie a su cargo de CEO de Clarín y legitime su poderío en las urnas como lo hacen la mayoría de los candidatos partidarios. Intentar decidir el destino de los argentinos desde la tapa de un diario no parece ser una conducta que desborde de virtudes democráticas. El hombre que recientemente fue acusado por Lidia Papaleo por delitos de lesa humanidad –en una impecable investigación de Tiempo Argentino–, que manejó el horroroso traspaso de Papel Prensa de la familia Graiver a la sociedad entre Clarín y La Nación, tiene dos ejemplos para seguir: puede convertirse en Santos o incluso, si quiere, puede seguir los pasos de Berlusconi. Lo que no parece muy democrático, en estos tiempos, es tener de rehén a la sociedad desde una posición privilegiada a partir de la cual, cada vez queda más claro, manipula la información.
Esta semana salió a la luz la reunión que el propio Magnetto tuvo con su generalato en el cuarto piso del edificio de Tacuarí. Según dejaron trascender –¿a instancias del propio tiritero?– el CEO de Clarín habría dicho, entre otras cosas, que no se había producido la reunión con los capitostes del Peronismo Cardón –revelada por La Nación y confirmada entre otros por Mauricio Macri–, que la presidenta Cristina Fernández tenía valores democráticos pero que Néstor Kirchner era una mala persona, que se avecinaba una guerra en la que iba a correr mucha sangre, que en el 2011 iba a ganar Kirchner nuevamente porque “nosotros no pudimos hacer nada para evitarlo”, que la intención de los K es perpetuarse hasta el 2023, y que es posible que él mismo fuera a prisión por el caso de Papel Prensa. Y el abogado Gabriel Cavallo habría expresado la enigmática frase: “La causa por la adopción está pinchada.” No se sabe si esto es verdad, claro, pero al menos es lo que Magnetto quiso que se sepa de esa reunión. Ahora bien, ¿se trata de un boxeador acorralado contra las cuerdas que sólo quiere estrechar filas y tomar un poco de aire?, ¿o es una señal de negociación enviada a los Kirchner?
¿Negociarán los Kirchner una tregua con Magnetto? Un funcionario de mucha llegada a ellos mira fijo y se ríe burlándose de esa posibilidad: “De ninguna manera”, dice lacónico. Lo cierto es que mientras algunos miembros del Gabinete creen que con Clarín la mejor táctica es “apretar y negociar desde un lugar de fortaleza”, tanto Néstor como Cristina sostienen que la única posibilidad es que el Grupo deje de marcar la agenda, porque en cuanto uno se descuida le vuelve a clavar el puñal.
Mientras tanto, el cada vez menos gigante mediático intenta en sus entrañas prepararse para lo que viene. Y tiene un Plan B: el recambio generacional. Si, como se cree, deberán sacrificar a la dama y a su ladero, la idea es preparar a los herederos con un nuevo discurso respecto de la supuesta apropiación –ponerse en el lugar de víctimas– y, al mismo tiempo, renovar la redacción con cuadros medios y altos más jóvenes, menos comprometidos con la actual pelea con el gobierno y retomar la racionalidad periodística perdida que tenía antes del conflicto, tratando de levantar la pavorosa pérdida de credibilidad del diario y TN.
Otro dato significativo es la suavización de las tapas del diario La Nación –socia de Clarín en Papel Prensa y en Cimeco– respecto del tono opositor. Según pudo saber Tiempo Argentino, se habrían reunido Guillermo Moreno y Fernán Saguier, subdirector del diario, en el despacho del secretario de Comercio Interior. Allí, en ese altar peronista donde cuelgan las fotos de Perón, de Evita y de la Virgen de Luján, y entre los libros La Comunidad Organizada y Conducción Política, del líder del justicialismo, Saguier le habría pedido a Moreno que el informe oficial sobre Papel Prensa no fuera entregado a la presidenta para ser leído en cadena nacional el próximo 24 de agosto, sino que fuera girado directamente a la justicia. Al parecer, la gente de La Nación está más preocupada por la investigación de la falsificación de los balances contables de Papel Prensa que por los delitos de lesa humanidad ocurridos en la década de 1970 y que sólo involucrarían a Magnetto. Moreno negó rotundamente esa posibilidad. Y días después, fue a la reunión del directorio de esa entidad con los guantes de box y los cascos industriales en una humorada incorregible. Pero la pregunta que queda flotando es la siguiente: ¿se rompió la entente La Nación-Clarín o están jugando al policía bueno y al malo con el gobierno?
La semana dejó también un par de cosas para anotar: la sobredimensionada victoria de la oposición por el tema Indec, las imposibilidades del Peronismo Cardón en ponerse de acuerdo, el huracanado humor de Elisa Carrió que vive fracturando construcciones partidarias, Macri convertido en una manteca política a la que le entran todas las balas y el desvanecimiento de la denuncia por la supuesta Banelco en el Senado. En el otro rincón, Kirchner logró la foto más preciada en la Unasur: ser el gestor del apretón de manos –gestión dificilísima por los enconos personales, políticos e históricos entre ambos mandatarios y países– entre Santos y Chávez, y llevarse las felicitaciones de la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton, quien miró desde afuera el proceso, sin cortar ni pinchar.
En esta nota se mencionó al boxeo, y no puedo olvidarme de aquel combate entre Jorge “Locomotora” Castro y John David Jackson. “El Roña” estaba ensangrentado contra las cuerdas, respirando con la boca abierta, y el boxeador negro no paraba de castigarlo. Castro se hizo el sentido y lo dejó venir. El estadounidense se cansó de pegar sin justeza, hasta que se descuidó un segundo y un manotazo de animal herido lo tiró a la lona. Jackson se levantó dos veces, pero Castro fue impiadoso. A veces uno se ve tentado a analizar la política como si sólo se tratara de un combate de boxeo. Pero esa es apenas la dimensión lúdica del tema. Lo sustantivo es saber qué es lo que se está jugando. En la Argentina se trata de definir si el Estado es un mediador, un árbitro –incluso en términos bonapartistas– entre distintos actores, gestionado por políticos que representan a la sociedad o si, como lo fue la mayor parte de nuestra historia, es un coto de caza de las corporaciones y los poderes económicos.

fuente El Argentino

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