ANADig: Zaffaroni: “En Argentina hay un grado de seguridad jurídica aceptable”

domingo, 22 de agosto de 2010

Zaffaroni: “En Argentina hay un grado de seguridad jurídica aceptable”


Eugenio Raúl Zaffaroni nació en Buenos Aires el 7 de enero de 1940. Es abogado, doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad del Litoral (1964), y ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Argentina desde 2003. El admirado jurista analiza la actitud instalada en la ultraoposición y repasa la criminología mediática.
Guarda, que este boludo cruza sin mirar!” El hombre que le ha hecho esa advertencia a su chofer, tan llana como porteña, es capaz también de explicar clara y concisamente las cuestiones más complejas del derecho penal. Eugenio Raúl Zaffaroni nació a la hora del almuerzo en el día más caluroso de 1940 en una casa de La Paternal, y hoy es notable penalista y criminólogo, miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Hijo único, sus nombres estaban predeterminados: llevaría los de su madre si era mujer, pero si la partera decía varón al niño lo iban a anotar como Eugenio Raúl. “Sí, muy creativos no fueron mis viejos.”
Entre aquel nacimiento y esta bocacalle han pasado 70 años que a Zaffaroni lo convirtieron en admirado jurista y le permiten analizar, con sorprendente criterio, una actitud instalada en la ultraoposición: reclamar seguridad. –¿Qué es la seguridad para un ciudadano?
–Parafraseando a Perón, diría que en criminología la única verdad es la realidad, y la realidad son los cadáveres. La seguridad es tratar de que cada cadáver llegue a su debido tiempo, y no antes.
–¿Y qué es la seguridad jurídica?
–Es eso, sumado a la relativa previsibilidad del comportamiento de los otros. Que uno sepa que comportándome de determinada manera voy a tener tal respuesta. Algo que va generando códigos de infracción. Se crece desde un hecho social hasta llegar a normativizarlo en algún momento. Hay normas que las vamos sedimentando hasta hacérsenos obvias. Cuando viene un colectivo, yo no me paro delante porque sé que me aplasta. Si saco la mano, para. Hay cosas de la vida que yo no hago ni hace ninguno: no le pido cigarrillos al colectivero ni me limpio la oreja con una medialuna. Eso, a medida que se va complejizando, llega un momento en que se normativiza. Esas normas garantizan cierta previsibilidad en el comportamiento de los otros. Es un hecho cultural que en cierto momento se normativiza. El Derecho es el resultado de la cultura.
–Cuando aparece la inseguridad, ¿qué es lo que se rompe en esa armonía?
–Cuando hay inseguridad se hace imprevisible lo que va a suceder, y aparece la desconfianza. Uno le hace señas al colectivo, pero sigue de largo.
–¿Hay actualmente inseguridad jurídica en Argentina?
–Seguridad jurídica absoluta no hay en ningún lado. En Argentina hay un grado de seguridad jurídica que me parece bastante respetable. Como la absoluta no existe, siempre hay que establecer un parámetro de comparación. Si nos referimos a los países de la región, mi respuesta es sí. Incluso comparados con el mundo, yo diría que hay un grado de seguridad jurídica aceptable en Argentina. La inseguridad jurídica absoluta tampoco existe. Uno y otro extremo son dos estados ideales.
–El problema es a quién le resulta ideal la inseguridad.
–Bueno, hay como una pulsión a evadir el principio general del estado de Derecho por parte de quien tenga la manija... económica, política, la que fuese. Y otra pulsión, que es tratar de reforzar o recuperar el principio del estado de Derecho: la igualdad ante la ley. Por lo general, los que pretenden la igualdad ante la ley no tienen el poder suficiente.
–Frente a ese panorama, ¿cuál es hoy la función judicial?
–La función judicial ha cambiado su naturaleza. Ya no se trata de agarrar algo y meterlo dentro de un código: a veces hay que resolver problemas de justicia, de equidad.
–En esos casos, ¿alcanza con la Ley?
–No. Hay que aplicar principios que bajan de la Constitución porque uno está obligado a valorar hechos de la realidad. Si hay que cargar con un impuesto a Fulanito para poder darle a Menganito; si hay que darle una franquicia a Zutanito porque con eso se desarrolla una industria que genera trabajo. Hay que valorar cuestiones con reglas de equidad.
–¿Ha notado usted la tendencia que tiene la clase política argentina de judicializar decisiones del Congreso?
–Ese también es un fenómeno mundial. Sí, por supuesto que lo noto. Termina el debate político, y se lo lleva a la Justicia. Eso tiene varios sentidos. Uno es que los tribunales siempre son un escenario. Otro es porque en el campo político la globalización ha traído como resultado una cierta incapacidad de los Estados nacionales, y por ende de sus operadores políticos, para hacer cambios estructurales muy profundos. En consecuencia, hay problemas sociales que no se resuelven en el plano político, y se espera que los resuelva la Justicia... Que naturalmente no tiene poder ni condiciones para resolverlos. Ahí debemos tener cuidado con nuestro narcisismo, y pateárselo de vuelta al campo que le corresponde.
–Esa actitud de los políticos, ¿la tienen por picardía o por incapacidad para resolver los conflictos?
–Un poco por todo eso. Depende de cada caso.
–Como integrantes de una ensalada opositora, el cardenal Jorge Bergoglio, Susana Giménez, Eduardo Duhalde, la Sociedad Rural y sus amigos, Marcelo Tinelli, Elisa Carrió, los hombres de negocios, Mirtha Legrand y Francisco de Narváez reclaman seguridad jurídica. ¿Qué es lo que quieren, en verdad?
–Hay una criminología académica, hay una criminología mediática y hay una realidad, que son los cadáveres. La criminología académica ha dicho muchas barbaridades. Recordemos a [el médico italiano Cesare] Lombroso, etcétera. La mediática es una criminología que tiene una base de causalidad mágica, pero es muy importante porque es la que determina el comportamiento cotidiano de la gente, y de los políticos. Para esa criminología mediática la seguridad es estar seguro de que no me van a matar en un robo. Es un particular concepto de seguridad. A tal punto que si me mata mi mujer por celos, la autoridad dice que ésa no fue una cuestión de seguridad. O si yo mato a mi mujer a patadas, tampoco. Si me revolea un auto en la calle, tampoco. Sin embargo, los cadáveres son la realidad. Aquel discurso se coloca hoy en el centro de la política. En las dictaduras la criminología mediática no tiene ningún espacio. Las dictaduras no pueden tolerarla más que para mostrar que el enemigo está contenido. A esta criminalidad mediática no le importa un comino la criminalidad violenta. Toda la discusión respecto de la criminalidad violenta es si a un asesino le vamos a poner cinco años más o cinco años menos, lo que no cambia nada: puede afectar un poco el principio de proporcionalidad, pero nada más. La criminalidad mediática juega hoy con la televisión. No es nuevo el método, pero sí lo es la influencia emocional que tiene.
–¿Qué propósito tiene esa criminalidad mediática?
–Formar un ellos. El enemigo son ellos. ¿Quiénes son ellos? Mediáticamente muestran al patibulario, y lo que hizo el patibulario. Muestran a un pibe fumando un porro en la esquina, o tomando una cerveza. El estereotipado de la criminología mediática en nuestra región es el adolescente o el joven del barrio precario. En algún lugar se le pueden sumar algunos inmigrantes, o migrantes internos. En Argentina es el habitante de la villa, joven o adolescente. En Estados Unidos el concepto de ellos es menos poroso: es el negro. Más de la mitad de la población penal, en Estados Unidos, es negra. De cada tres negros hombres, entre 20 y 30 años, uno está en cana. Tienen un índice de prisionalización muy loco: hay más de 2 millones de presos. Eso es una decisión política y no tiene nada que ver con la frecuencia criminal, y sobre todo no tiene que ver con la frecuencia criminal grave. El discurso que baja es el mismo, la misma técnica de comunicación social, la misma generación de lo que llamamos el pánico moral.
–¿Así que ése es uno de los propósitos?
–La gente sale a la calle y tiene miedo de que la maten en la esquina, de que la violen.
–¿Para qué generar ese pánico? ¿Cuál es el beneficio político de quienes lo construyen?
–Hay varios. Primero, construyen el grupo de ellos. Guarda, que eso es una semilla del genocidio, ¿eh? Si no se llega a tanto es porque no se desarrolla, pero si llega a encontrar un campo propicio, generar ese ellos es siempre una semilla del genocidio. En segundo término, en Estados Unidos es claro: estigmatizar a los negros, desarmar el Estado de bienestar y hacer una estructura que se les fue de las manos. Entre nosotros también es desarmar el Estado de bienestar que en América latina tiene características muy propias. Si uno analiza el ciclo pasado, hubo un avance desde la crisis de nuestras repúblicas oligárquicas: empieza la incorporación de capas sociales que estaban excluídas. Y estas capas sociales se van incluyendo a través de incipientes, imperfectos Estados de bienestar que no fueron impulsados por los partidos políticos sino por movimientos que se llamaron populismos: el cardenismo mexicano, el velasquismo ecuatoriano, el varguismo brasileño, el irigoyenismo y el peronismo nuestros.
–¿El Estado de bienestar consiste en la mejor distribución de la riqueza y en la mayor equidad?
–Sí, y en la realización de derechos sociales básicos. Cada avance fue incorporando nuevas capas, pero hubo movimientos de contención y de regresión. Por supuesto, esos populismos tenían que mantener una flexibilidad de adaptación a circunstancias cambiantes, fueron personalistas, muchos fueron autoritarios, pero todos esos errores empalidecen absolutamente frente a la brutalidad de cada una de las reacciones regresivas. Hay momentos en que avanza el Estado de bienestar, hay otros en que se desarma, y otros en que se reconstruye. En los momentos de regresión del Estado de bienestar, el discurso se limita a mostrar que ellos están contenidos. En los momentos de avance del Estado de bienestar hay que generar la sensación de caos, y ahí aparece el pánico moral. En América latina los políticos no conocen otra criminología que la mediática.
–¿Pero son concientes del rol que están representando?
–Yo nunca descalifico a la clase política porque la antipolítica es una bandera del autoritarismo. Si uno hace antipolítica está reclamando una dictadura. Ningún político conoce todo esto de lo que hablamos por una razón simple: no sabemos lo que pasa, y la única realidad que tenemos son los cadáveres. Lo que he hecho es describir la función que cumple la criminología mediática, pero la palabra de los cadáveres no la puedo describir porque nadie investiga. A nadie le importa. No se invierte un solo peso. Han politizado el discurso y todo el mundo se maneja con criminología mediática. Muchos políticos progresistas no se dan cuenta de que el riesgo es que la criminología mediática tiene una característica extorsiva. La solución técnica existe, pero no en los tiempos políticos. En consecuencia y como no hay políticas de Estado: a nadie le importa lo que va a pasar dentro de seis años porque no va a estar, dicen: “Neutralizo este acoso cediendo algo”. Entonces sacan leyes disparatadas. O le dan mayor autonomía a la policía. No se dan cuenta de que con esas leyes disparatadas empelotan todo, y dándole mayor autonomía a las policías serruchan la rama en la que están sentados porque, hoy, las policías tienen más capacidad que los Ejércitos para dar golpes de Estado. Y digo que no hay solución así porque, cuando uno cede, la criminología mediática exige más, más, más, hasta un momento en que exige lo inadmisible: la pena de muerte, expulsar a todos los inmigrantes, etcétera. Esa es su dinámica: acercarse cada vez más al Estado autoritario. EL DERECHO A PROTESTAR
–Si un grupo se considera desposeído de algún derecho, protesta en la vía pública y ocasiona molestias en el tránsito o en la actividad comercial, ¿cuál debe ser el bien jurídico tutelado prioritariamente por el Estado?
–Depende de cuál sea el derecho.
–El ejercicio de un derecho, ¿puede desplazar a otros derechos diríase menos valiosos?
–Sí. Eso se llama estado de necesidad. Hay un valor que predomina. Si yo estoy en Jujuy, no tengo un hospital o el hospital que hay está desabastecido y se está muriendo la gente, y nadie me escucha porque no tengo acceso a alguna autoridad que resuelva el problema, estoy en un estado de necesidad y la interrupción de una ruta es una forma de llamar la atención, y está justificada. Ahora, si yo interrumpo la calle Boyacá porque quiero tener una peluquería en el barrio, no. Yo no creo que la interrupción de una ruta o una calle, si no hay peligro para la vida de alguien, sea delito. Creo que el Código Penal no abarca ese caso. Además, para que haya una infracción penal se requiere que el sujeto tenga conciencia de que lo que está haciendo es ilícito. Dudo mucho de que quienes participan en protestas en la vía pública tengan conciencia de ilicitud cuando las autoridades entran a negociar con ellos. EL DERECHO A LA PUTEADA
Capricho de los genes, el doctor Zaffaroni fue hijo de un padre que fabricaba crickets para canteras de mármol y de una ama de casa. Ningún abogado en la familia. Se recuerda a sí mismo como “un pibe tranqui, criado entre adultos, al que le gustaba leer, averiguar cosas, y que hubiera sido felicísimo si hubiese tenido la computadora y el internet”.
Desde los tres años de edad es un vecino de Flores que prefiere vivir en casas. La actual es enorme, con una terraza llena de cactus, una biblioteca formidable, una joven pareja de chow chow y algunos gatos. En el living aparece, enmarcado, el diploma con el que un jurado mundial independiente le otorgó al dueño de casa, en 2009, el Premio Estocolmo de Criminología, máxima distinción en la materia.
Con físico notable (1,85 m, alrededor de 90 kilos), Zaffaroni dice ser de ánimo sereno: “Siempre me caractericé por adecuar los problemas, no magnificarlos, no obsesionarme. Las broncas, al rato se me pasan. Es una técnica de cuantificación de problemas. Soy un poco existencialista en eso”.
Le hacen sufrir “la injusticia y, sobre todo, la crueldad”. Viaja mucho, todo lo que puede, aunque siempre regresa. Tal vez porque “siempre que estás en el exterior perdés el derecho a la puteada”.
Su última respuesta fotografía a este hombre.
–¿Usted es como uno lo imagina?
–Creo que sí. Trato de ser lo más auténtico posible. Cuando veo que algún rol está a punto de tomarme, huyo. Quiero, al mirarme al espejo, seguir siendo el que soy. Cuando el espejo empieza a decirme Su Señoría, ahí desaparecí, porque es uno el que empieza a verse así: el personaje te está comiendo.

Por Jorge Llistosella, periodista
contacto@miradasalsur.com

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