ANADig: En el nombre de la hija

sábado, 27 de noviembre de 2010

En el nombre de la hija


Foto: Pablo Stubrin
25-11-2010 / 
Elsa Drucaroff imagina una probable última pesquisa del escritor y cuestiona una época. Organizaciones armadas, mistificación y sexismo en debate.
Por Diego Rojas

Muchas veces se ha dicho que el periodista Rodolfo Walsh introducía en su oficio las artes del detective. Más aún, el escritor Carlos Gamerro propone que el investigador del policial negro sólo podría ser protagonizado, en la literatura argentina, por un periodista, tan imbuida de crimen se encuentra la institución policial. El Walsh detective se encuentra en Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo? o El caso Satanowsky, entre otras. No por nada, ya integrado a la estructura militar montonera, Walsh sería el encargado de su aparato de inteligencia que lideraría hasta su caída en combate, un día después de que depositara en el correo su “Carta Abierta a la Junta militar”. Antes de escribir esa carta, antes de caer, su hija había caído a manos de los militares, Walsh había escrito otra carta.

“Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija, María Victoria, después de un combate con las fuerzas del Ejército”, comienza el texto de “Carta a mis amigos”, en la que explica cómo murió Vicky. “A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. (...) He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo, y el cerco. (...) Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto: ‘El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba, nos llamó la atención porque cada vez que tiraban una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía. (...) Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. –Ustedes no nos matan –dijo–, nosotros elegimos morir. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros’.”

¿Cómo averiguó Walsh los últimos momentos de la vida de su hija? Sobre el eco de esta pregunta, Elsa Drucaroff construyó una novela que propone al escritor como protagonista de una búsqueda frenética. El último caso de Rodolfo Walsh. Una novela está construida con las herramientas que hacen al suspenso para desentrañar cómo fueron, quizás, esos días terribles para un padre, pero también para realizar una radiografía de una época. “La ‘Carta a mis amigos’ presenta indicios de esa investigación. El testimonio del conscripto, pero también esa frase: ‘He visto la escena con sus ojos’, que puede querer decir que Walsh mismo estuvo en el lugar de los hechos.” Drucaroff –escritora, crítica literaria y docente universitaria– señala que muchas ficciones nacen de una imagen. “Un poco antes de empezar a escribir la novela había nacido mi hijo Iván. En un momento de la carta, Walsh se pregunta por qué Vicky se reía cada vez que lanzaba una ráfaga de ametralladora y llega a la conclusión de que las cosas que la asombraban siempre la habían hecho sonreír. Eso detonó la imagen de papá Walsh que le compra a su nena una de esas cajas de las que sale un payaso y se la muestra miles de veces y, cada vez, la bebé ríe.”

El relato también analiza el espíritu de aquellos tiempos. “A lo largo de los años, se analizó a la lucha armada desde ángulos políticamente correctos. El primero fue el de la ‘teoría de los dos demonios’, que no permitía pensar la violencia e ignoraba nuestra misma historia. El otro discurso, el actual, tampoco sirve: el que convierte en héroes a todos los que murieron. Es hora de poder pensar por fuera de esa dicotomía, de pensar con libertad.” Drucaroff, que es una de las estudiosas más interesantes de la literatura joven actual, señala algunas variables de esa construcción: “La mistificación de la generación del ’70 implica un desprecio por los jóvenes que vinieron después, que ya no eran primaverales en el sentido político, no cargaban con el futuro a cuestas. La juventud sería drogadicta, borracha, imbécil, apolítica, estupidizada. Y esa es una construcción que les tiraron los padres a los hijos por la cabeza para no ver sus propias frustraciones”.

La novelista, feminista ella, también se cuestiona las relaciones de género que se establecían en la guerrilla. “Ser revolucionario en el orden de clases no significa ser revolucionario en el orden de género. Países que socializaron los medios de producción persiguieron homosexuales, sometieron a las mujeres. El machismo no se termina cuando un hombre se declara socialista. Eso lo inventaron para que las feministas no rompiéramos las pelotas –ríe Drucaroff, y especifica–: En las direcciones de los partidos revolucionarios de esa época, había muy pocas mujeres. A la hora de las reuniones, las chicas cebaban el mate o hacían café. Pero hay otros problemas. Una mirada de género sobre la lucha de clases abre preguntas. ¿Cómo puede ser que un hombre no sea capaz de interesarse por una vida chiquita? Que piense que la vida familiar sea una boludez al lado de hacer la revolución. No es sólo una cuestión personal, también es política.”

Estos y otros temas punzantes se plantean en una novela que no pierde jamás el ritmo y que conmueve. Curiosamente, Drucaroff data la finalización de su texto en otro tiempo trascendente. “La novela finaliza en diciembre de 2001. Era un tiempo de cambios, ya se habían desarrollado las consecuencias más atroces y nefastas de haber perdido la batalla de poder pensar otro país. Creo que en ese momento comenzó la posibilidad de hacer un balance sobre lo que ocurrió, con sus errores y aciertos.”

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