ANADig: Eva Duarte, mi viejo y la cajita marrón, Por Juan Montes

viernes, 23 de julio de 2010

Eva Duarte, mi viejo y la cajita marrón, Por Juan Montes

“Esa cajita no tiene nada, viejo ¿de qué me estás hablando?” le dije a mi papá pocos días antes de que se me fuera para siempre. Yo ya tenía más de treinta años y no podía permitir que mi viejo se muriera sin que develara el secreto de esa cajita de madera marrón, chiquita como una caja musical, grasosa de tiempo, que él conservaba arriba de un placarcito lastimoso, al lado de la radio, en la casilla de mi villa de Munro, en Buenos Aires.
Me miró con ojos de eternidad, ojos tristes de adiós, y arrancándole un aliento a sus huesos carcomidos por el cáncer, intentó una sonrisa amarilla, atabacada, donde brillaba, ajeno a esa pobreza, un diente oro. Una sonrisa de choclo viejo a la que un rayito de sol le hacía relampaguear un maicito dorado.
-:¿Sabés qué había en el terreno donde nos hicimos la casita en la que te criaste? Nada”, me dijo, y se quedó mirándome con ojos de vidrio negro, una mirada dura y fría que salía de esos pozos oscuros que la enfermedad le había socavado en la cara.
Me quedé mirándolo mientras, arbitrariamente, abría y cerraba en mis manos la cajita misteriosa. “sshhh, con cuidado, no dejés que se escape” murmuró en un ronquido. Pensé que estaba en el desenlace, que comenzaba a desvariar, a deshilvanar vaya a saber qué hilos de la memoria y que me quedaría sin respuestas. ¿Qué tenía que ver la casa con la cajita?.
Era una linda casa. Mi viejo la había levantado en el terreno que había logrado comprar con mucho sacrificio. En ese sitio había un conventillo pobre, una pila de casitas hechas de chapa y madera. Allí habitaban siete correntinos, dos paraguayos, un entrerriano y nosotros, cinco cordobeses. Recuerdo dos higueras, una mora, y un sauce viejo que bajo su llanto sombrío y fresco, los sábados a la noche se asaban jugosas costillas que chirriaban acompañando los incansables acordes del bandoneón de mi prima Gladys, y los punteos fantásticos de la guitarra de mi viejo.
Eramos ocupas. Mi viejo había acordado con el dueño del lote un pago a largo plazo. Después los ocupas, uno a uno, fueron acordando con mi padre trasladarse a otro lado y dejarle esa porción de seguridad que ahora le pertenecía. Entre aquella gente no había abogados de por medio. Había códigos. Los códigos del respeto a la pobreza y a la aspiración. Todo trabajador aspira a su casita, y cuando a uno se le da, los otros no escatiman esfuerzos para paliar y revolear los baldes de cemento que harán el techo. Los días en que se hace una loza en un barrio pobre, son días de fiesta.
La cajita que desde chico miré con ojos curiosos y que jamás me atreví a tocar, estaba en la repisita de color verde agua, al lado de una cabeza de yeso perforada por cientos de tornillos. Mi viejo trabajaba en la Geniol. Era operario del laboratorio que producía el popular analgésico. Yo esperaba la quincena ansioso y lo íbamos a buscar con mis hermanos a la parada del colectivo, en el descampado de la panamericana, porque seguro que traía un paquetito con alfajores. ¡Seis! Uno para cada uno, y el que sobraba era para el que se comía primero el arroz con leche de las cenas repetidas bajo los techos de cinc al amparo de la luz de una lamparita amarilla. En la repisa verde agua, entre la radio y la cabeza de geniol, había una fotito de Eva, y buna vela, que sólo de vez en cuando mera encendida.
-: “¿Sabés porqué hay una casa donde no había nada?, -susurró mi padre moribundo- porque había esperanza y sacrificio. Hijo, si a la esperanza la acompañás con sacrificio, la nada no existe. Por eso le prendía la vela a Evita.”
En las casas pobres era natural encontrar el retrato de Eva. Mi viejo, cuando se enojaba o se emborrachaba gritaba :”¡Viva Perón, carajo!” Pero no ponía el retrato de Perón. Ponía el de Eva.
“Porque la Eva era diferente a todos. Era una de las nuestras”, me explicaría después doña Emilia, una vecina en cuya casa funcionaba la Unidad Básica que me mostró estos caminos. “Vos fijate, Juancito, que los retratos que se ponen en las casas son de Eva vestida de gala. Con su majestuoso vestido de reina con su joyas y su peinados con los que soñamos las gentes pobres, la que llegó, la que nos dice que se puede luchar por una vida mejor… me entendés?.”
Yo la miraba con ojos verdes de 11 años y no entendía mucho aquello, pero se iba tejiendo en mí el mismo abrigo de amor de aquella gente, de ese paño devoto e irrenunciable. Más tarde leí a Jauretche, a Cooke, a Arregui, a Scalabrini y Discepolin, después encontré a Walsh, a Galasso y una larga lista de escritores que rescataban desde ópticas más profundas, el rol de Eva en la sociedad argentina. Y a medida que la tela barrial protegía esa piel emotiva, los libros fundamentaban, racionalmente, los porqué de ese amor casi devoto.
Al principio la defendí de sus agresores. “Esa puta trepadora” le decían y yo me enfurecía. Pero cuando conocí la dignidad las de putas, y vi. que los prostituidos eran los propios burgueses y reaccionarios que la criticaban, empecé a ignorarlos. Luego comprendí que no hay que confundir trepar con elevarse. ¿Para qué discutirla más? Allá ellos con su odio.
En esos pensamientos andaba yo cuando mi viejo abrió los ojos. “En esa cajita estaba la llave de la casa que hicimos con el crédito Plan Evita”, me dijo. “Pero ahora no hay nada, nunca hubo nada”, le replique sintiéndome engañado.
“En este baldío tampoco había nada, hijo, y construimos nuestra casa bendecidos por Eva y la estuvimos pagando por muchos años al Banco Hipotecario. Porque la Eva no me regaló nada, me enseño a creer y a luchar. La nada no existe si hay esperanza. Tenés razón, esa cajita está llena de nada. Cuidala mucho.”
Me miró desde esos pozos profundos de su cara, me entregó su gorrita de paño marrón y se volvió a dormir para jamás despertar.

colaboración Cro. Juan Montes

1 comentario:

  1. Señor Montes e leido su nota , me emociono muy mucho , pero para explicar esta nota hace falta haber vivido o leido muy mucho como ud lo felicito es un ejemplo para algunos periodistas q dicen serlo y no tienen la menor idea d lo q es el periodismo y un ejemplo para los peronista de EVITA q dicen ser peronistas y no saben q significa ser peronistas
    beatriz maisan D.N.I 13225515

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