ANADig: Desde la furia: la Presidenta morocha, POR DANIEL ROSSO

domingo, 24 de octubre de 2010

Desde la furia: la Presidenta morocha, POR DANIEL ROSSO

Sylvina Walger no tolera a Cristina Kirchner. La desprecia. Entonces, escribe como quien odia. Con desequilibrios, con furia. Sin intentar ni explicar, ni discutir. Sólo buscando golpear. O herir. Con ritmo vertiginoso, sus adjetivos descalificadores se suceden como los golpes de una boxeadora enceguecida. Autoritaria, amarga, arbitraria, sometida, detestada, egocéntrica, vulgar e inconsistente, son algunos de los mamporros que Walger descarga sobre la Presidenta de todos los argentinos. En las apenas primeras cuatro páginas del libro. Le siguen ciento noventa y cuatro más, casi todas iguales. Casi una colección de adjetivos descalificadores con algunos conectores de forma. Walger no opera en el nivel de la razón, lo hace en el nivel de la furia.

Ahora bien, ¿por qué sería digna de análisis una escritura originada en la sensibilidad desordenada de una señora un poco superficial y desubicada? Porque es una escritura beligerante. Guerrera. Que denuncia la supuesta violencia e intolerancia de los Kirchner a través de una escritura violenta e intolerante. Porque es una escritura transparente que destroza el argumento de los grandes medios que denuncian al kirchnerismo como origen y diseminador de todas las tensiones, violencias y agresiones. Walger es interesante por su precariedad y superficialidad, lo que permite ver lo que otros exponentes más sofisticados de la oposición ocultan. Walger, cuando denuncia, se denuncia. Intenta describir a Cristina Kirchner como irritada pero no lo logra porque quién aparece irritada, arbitraria, es ella misma.

Foucault insistía en que había que estudiar los procesos desde su periferia. Los centros siempre están más controlados, sujetos a mayores ocultamientos, a mayores velos. La escritura de Walger es periférica a la derecha cultural en la que ella se ubica. Por eso, como si fuera una extraña médium de la política, deja ver en ella el revoltijo emocional de ciertos sectores antikirchneristas que se retuercen en agresiones, descalificaciones y odios. Y que los más inteligentes ocultan. La crítica de Walger es paradójica: cuestiona las formas sin cuidar las formas. Crítica la supuesta irritación desde la irritación. Y, entonces, extrae de la más olvidable glosa gorila la vieja discusión sobre el estilo. Ya no la que se desprende de la teoría liberal clásica, la que cuestiona la concentración de poder, la vulneración de la división de poderes o el déficit de deliberación o producción de consensos. No, Walger vuelve a proponer la otra discusión sobre el estilo. La discusión gorila. Aquella que insiste en construir una jerarquía de arriba hacia abajo con la cual medir orígenes, comportamientos, costumbres y consumos de los argentinos.

Esta escala descendente contiene una estricta lógica valorativa: lo que está arriba es bueno, lo que está abajo es malo. En la Argentina, esta diferenciación adquiere una rápida síntesis cromática: lo de arriba es blanco, lo de abajo es negro. Donde lo blanco es el estilo y lo negro lo que está en déficit con relación a ese estilo. Lo morocho no es lo diferente. Es la falta. Falta de educación, de buen gusto, de roce social o de modales. A lo largo de todo el libro, Walger insiste con las faltas de la Presidenta: falta de buen gusto, falta de conocimientos, falta de consistencia, falta de modales. No llega a decirlo. Pero está todo el tiempo en el borde. Estamos ante una presidenta morocha. A la que critica por sus faltas y también por su fracaso en el intento por superar esas faltas. De este modo, esta arcaica derecha cultural recurre a su retaguardia conceptual: el racismo. Intermitentemente, Walger busca proponer también la discusión sobre el estilo en términos de la tradición liberal-republicana. Pero lo hace desde su perspectiva particular: no discute los efectos del ejercicio concentrado del poder sobre las decisiones políticas y el andamiaje institucional, sino sobre las interacciones cotidianas. Todo se reduce a una precaria microsociología de las relaciones entre Cristina y su “consorte”, o entre Cristina y sus secretarios o colaboradores. Entonces, el relato adopta la modalidad murmurante del chisme: se rompe un silencio, se devela un secreto, irrumpe algo escondido. Y allí se acaba toda responsabilidad. Porque la fuerza del chisme reside en sí mismo. No requiere de su inserción en ninguna cadena argumental. No requiere explicitar fuentes. No se deduce ni se prueba. Además, el chisme es una escritura de la vida privada. Por lo cual, la autora, al concentrar su intervención en la vida privada de la Presidenta, renuncia a la discusión de sus políticas.

Estamos ante otra de las formas empleadas por la derecha cultural para sacar a la política del medio: una escritura murmurante que renuncia a la discusión de lo público y se reduce a develar secretos sin pruebas y sin fuentes. ¿Qué función cumple una escritura que recurre a reiteradas críticas superficiales a la Presidenta como la impuntualidad, la demora en maquillarse, su vestuario o sus accesorios? Es una escritura que se origina en el malestar de algunos sectores y está dirigida a aumentar ese malestar. Nace en el odio y se dirige a él. Es un instrumento de activismo emocional. Muy lejos de lo liberal democrático. Muy cerca de la efervescencia neurótica de algunos sectores que acumulan rencor, insatisfacción y furia sin volcarlo productivamente en el sistema institucional a través de la participación política o social. No estamos ante una escritura útil para la intervención pública. No sirve como insumo para la participación política ni para acompañar procesos de politización. No es un discurso de la derecha militante. Es sólo un contenido efectista para alimentar la furia de sectores patricios o de sectores medios que no abandonan la innegociable levedad de sus vidas privadas. Es una escritura que no moviliza sino que enfurece. Dirigida a los compatriotas que sobreviven al borde de continuos ataques de nervios, hipersensibles al horror estético y político de la morochez. Que cuentan con el chisme como un semiconductor para descargar sus odios. Escritura antidemocrática. Escritura para ejercer el odio. Para diferenciarse cutáneamente, desde la piel. Porque, en el fondo, la sucesión de chismes afiebrados de Walger remiten sencillamente a una cuestión de piel. De piel reactiva. De piel morocha.

*Licenciado en Sociología. Periodista. Ex secretario de Comunicación del Gobierno de la Ciudad y ex subsecretario de Medios de la Nación. Actualmente es jefe de gabinete de asesores de la Secretaría de Medios de la Nación y escribe notas de opinión sobre temas de comunicación y política para varios medios nacionales.

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