ANADig: Con toda la furia, escribe Eduardo Blaustein

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Con toda la furia, escribe Eduardo Blaustein

6-7-8 y el debate sobre los medios “paraoficiales”

El programa de la Televisión Pública se convirtió en un arma eficaz
–e irritante para muchos– de la comunicación kirchnerista. 
Una discusión sobre esas broncas y el reto de una etapa distinta.

Por Eduardo Blaustein

A partir de la formidable remontada del Gobierno en las encuestas, de un quiebre cultural que señala límites en la capacidad de construcción de realidad y consensos de los holdings comunicacionales, preguntas incómodas: ¿Hasta qué punto podemos seguir sosteniendo la noción de “comunicación hegemónica”? ¿Hablamos de hegemonía en los flujos de emisión o de hegemonía en las escalas de impacto de los relatos? ¿Es hegemónico un aparato ideológico que, aun conservando una enorme influencia, no obtiene los resultados que pretende?

Las preguntas caben para poner en discusión el discurso de 6-7-8 (o el discurso kirchnerista en la materia) acerca del poder omnímodo del grupo Clarín, de “la corpo”, de la puesta en circulación de la carita de Magnetto + doce periodistas célebres como grandes titiriteros del pensamiento social. Quizá la respuesta se pueda explorar por la positiva y desde el lugar de transición en el que estamos: el haber dado batalla desde la comunicación K, con 6-7-8 y otros espacios similares (desde Miradas al Sur a El ArgentinoPáginaTiempo Argentino, etc.) fue parte de una construcción inteligente, audaz y de una gran eficacia política. Esa batalla pudo darse, con buenas dosis de voluntad y coraje político, merced a un sedimento histórico y social que venía de los orígenes de nuestra democracia. De transición en transición, se pudo pasar de la constitución de una “agenda antimonopólica” a disputar la palabra con “los monopolios”para finalmente, visto desde el clima de un presente siempre fluido y complejo, ganar parcialmente esa disputa.
La pregunta es si hoy no cabe pasar a una nueva etapa de discusión política y cultural, siempre en dirección a lo que se planteó desde el debate de la Ley de Servicios Audiovisuales: construir esa vasta, compleja pluralidad de voces abierta e imaginativa (no es fácil) que vaya mucho más allá de la contracomunicación “contra Clarín” o del encierro en el oficialismo puro y duro. El discurso de Cristina Fernández, desde el fallecimiento deNéstor Kirchner, parece ir en esa dirección: es un discurso más contenido, más reflexivo, que apela a mayores grados de apertura, que se sitúa por encima de los seudoescándalos de coyuntura y dice “necesitamos a todos”
Remember Alfonsín
Este artículo, en su versión original, había sido redactado para el número anterior deContraeditorial. Dada la muerte de Néstor Kirchner, no nos pareció oportuno publicarlo. Y fueron tan vertiginosos los cambios sucedidos desde entonces que hoy el artículo debe ser otro, porque son nuevos los tiempos, las demandas, las preguntas. Pero no es en absoluto nueva la historia de la que venimos, la que dio lugar a la batalla contra la comunicación dominante. Para repasar esa historia larga se podría arrancar en La Gaceta de Moreno (el 6-7-8 jacobino de la época), la fundación de La Nación, Crítica de Botana ayudando a tumbar a Yrigoyen, Perón del ’55 al que fueron “con todos los medios a favor”, el espanto de nuestra prensa durante la última dictadura. Pero no, vayamos más cerca, a los ’80 de Alfonsín.
En los años de Alfonsín, algunos de sus funcionarios, Emilio Gibaja entre ellos, hicieron algún intento por recrear el debate sobre el Nuevo Orden Mundial de la Información cuya caja de resonancia fue la ONU. Estas fueron algunas de las respuestas de entonces:

  • “Dijimos en sucesivas oportunidades que detrás de ese pretendido ‘nuevo orden’ –denominación que por sí sola despierta sombrías reminiscencias dictatoriales– se esconde una agresión gravísima y muy concreta contra la libre expresión de las ideas. El ‘nuevo orden’ no es otra cosa que el manejo directo o encubierto de la actividad informativa por los organismos del Estado”(La Nación, 7 de marzo de 1985). 
  •  “La Asociación de Telerradiodifusoras Argentinas (ATA) ve acrecentado su desconcierto ante la ratificación de la adhesión del gobierno nacional al llamado Nuevo Orden Mundial de la Comunicación e Información(Clarín, abril de 1985).  
  • “Es curioso que el ‘nuevo orden’ que se pretender dar a las comunicaciones sea propiciado desde hace más de un cuarto de siglo por la Unión Soviética y sus apéndice satelitarios” (La Prensa, 27 de febrero de 1985).
A esa altura de los ’80 ya se discutía –as usual– cuál debía ser el perfil de ATC.“Cultural”, solían decir los reaccionarios, cuando en realidad lo que siempre pretendió la derecha fue un Canal 7 débil, cultural a las tres de la mañana, como en el viejo sketch de Les LuthiersCon profundo asco aceptamos –sugirió siempre la derecha– que haya un canal público, a condición de que sea inofensivo.
Estos recuerdos podrían ser un modo para introducir cualquier discusión sobre 6-7-8 y su presencia en la grilla de la TV pública. No fue sólo con Cristina Fernández que se dio el intento de un gobierno por enfrentar la comunicación dominante con su propia batería de recursos. En tiempos de Alfonsín el Bueno, el Sabio, el Tolerante, Padre de la Democracia, se quiso hacerlo mediante recursos más tímidos respecto de los implementados por el kirchnerismo: La Razón matutina dirigida por Jacobo Timerman, los canales que siguieron (algo indominables) en manos del Estado, Radio Belgrano que se “kirchnerizó” (endureció) a medida que se desgastaba la gestión de gobierno, la revistaHumor, naturalmente alfonsinista, que se fue haciendo más sosa por no tener enemigo contra el cual tensarse y rendir mejor, ATC, el diario Tiempo Argentino comprado efímeramente por la Coordinadora.
Pretendo decir con estas remembranzas que me parece absolutamente legítimo y razonable que el gobierno de entonces (la UCR recordaba muy bien la creación de climas golpistas contra Illia) se defendiera de los medios y diera batalla. Cualquier discusión sobre 6-7-8 y los así llamados “medios paraestatales” (operación evidente: connota paramilitares, Estado=totalitarismo, y además no son “paraestatales”) es antes que nada política y cultural, no sólo mediática y sólo parcialmente “periodística” (hay colegas que entienden o fingen entender al periodismo como un dogma que precede a la creación del mundo, un Aleph que lo contiene todo). Desde esa mirada centralmente política, defiendo el derecho a la autodefensa de un Estado transformador en el buen sentido. Si se es ciudadano comprometido antes que periodista, no se pueden fingir asepsias profesionalistas ante el poder de las corporaciones, cuando de lo que se trata es de una competencia crudelísima por la palabra pública y la visibilidad de lo que se propone, se discute y se hace por el país. Porque aunque se pueda y se deba complejizar y relativizar la capacidad de influencia que tienen las corporaciones, su poder de daño es inmenso y porque muy a menudo ese poder es socialmente tóxico. 
Hacer política
Hasta acá una defensa a (casi) ultranza de 6-7-8. Sumo más: en 6-7-8. La creación de otra realidad, el libro publicado por Pablo Alabarces y María Julia Oliván (Paidós), se saluda una ocurrencia de Horacio González, algo así como que los contenidos básicos del programa son de primer año de cualquier facultad de comunicación. Cierto: pero es un logro haber creado una audiencia masiva y activa para dar esa larga discusión. Y una tercera contracrítica respecto de las críticas a 6-7-8: cuando se trata de discutir las intervenciones públicas de cualquier periodista, las verdades permanentes de nuestros fiscales electrónicos, sencillamente hay que decir: muchachos, ¿Declaman tolerancia y pluralidad? Bánquense la crítica pública de lo que públicamente sostienen, no acusen exclusivamente al kirchnerismo de no soportarla.
Cosas parecidas a estas se dicen en 6-7-8. Se dicen de un modo hastiante, a veces reduciendo la inmensidad del debate de ideas al maltrato y al recorte a menudo impiadoso de esas 5/10 caritas, con algunas de las cuales, en lugar de meramente pegar, se podría discutir, incluso dialogar. ¿O, ya que somos kirchneristas, no deberíamos construir a favor del “proyecto” una mejor relación, empatías culturales, con tipos que de tanto en tanto apoyan causas compartidas? Si Lanata, un Lanata, es cierto, empobrecido, larga su boutade sobre el cansancio que le provoca hablar de dictadura, ¿Es necesario igualarlo aMagnetto o a Videla?
Qué decimos los simpatizantes críticos de 6-7-8 (esto es impunidad periodística: el que escribe la juega de intérprete de ese sector de la tribuna): que el panel del programa, aun con sus matices, piensa demasiado parecido. Que el debate de ideas opuestas o complementarias a las de los panelistas, además de escaso, no siempre resulta atractivo. Que el aporte de información útil para el debate es poco (no sucede lo mismo cuando se desnudan muy eficazmente las manipulaciones mediáticas, aun desde la exageración). Que la agenda de discusión vía producción/archivo es previsible, mecánica, reiterada, finalmente irritante (el programa levanta un montón cuando los invitados son interesantes).
Metáfora de la comunicación K: hay en 6-7-8, junto con los aciertos, réplicas de discursividad excluyente. Mucho ataque –legítimo y no tanto–, junto a escasos niveles de introspección. Blancos y negros que funcionan mejor como espacio de resistencia y contención que como relatos que permitan sumar a los que no están o al menos incorporar otras miradas. 
Puentes & trincheras
Va de nuevo: hay en la comunicación kirchnerista un riesgo de fierrerismo (se putea, se emplazan trincheras) en perjuicio de mejor construcción política y comunicacional. Y hay desde 6-7-8 una batalla contra Clarín legítima, imperiosa, pero que podría enriquecerse. Porque Clarín no es lo único que le sucede al país. Y porque la metáfora Clarín puede ser distorsiva: basta mirar el despelote señalado por una planilla de rating para saber que esos múltiples fragmentos estallados que llamamos sociedad no beben sólo del sistema Claríny además decodifican. Hay infinitos planetas que para hacer una mejor política y una mejor comunicación deben ser atendidos y escuchados. Uno de esos universos es el de los centenares de miles de jóvenes que no leen los diarios, no miran noticieros, no escuchan las radios AM, los rockeros que hoy se acercan a los mundos K.
De 6-7-8 y los espacios de comunicación kirchnerista se critican las dicotomías. En el caso de 6-7-8, ¿Ese rasgo deviene exclusivamente de la identidad política del programa? En el libro de Alabarces/Oliván, construido como un largo diálogo, el primero dice que no es muy bonito que 6-7-8 responda al oscuro imaginario clarinesco con el de un país Blancanieves, “el bienestar del pueblo y la felicidad del pueblo”. Oliván responde: “Si ellos (por los productores del programa) no se hubieran montado en un discurso, en una polaridad extrema, no hubiesen tenido el éxito que tienen. Hubiera sido un programa de 0,7 de rating”.
Razonamiento cruel el de Oliván, que se complementa con cosas que se dicen en otras partes del libro acerca de un mecanismo dicotómico que es esencialmente televisivo, antes que político: conflicto, confrontación, gancho, impacto. Aunque el que escribe quisiera creer lo contrario, pareciera que la regla funciona. Con lo que, desde cierta perplejidad, se puede llegar a una conclusión paradojal: estamos ante un programa progre que es políticamente eficaz y lo es desde un formato televisivo “probado”, quizá tan conservador como el de su estética, no demasiado audaz.
Una segunda etapa amerita nuevas audacias. Son tiempos para crecer, debatir, formar mejor y pelear por más, ya no a las puteadas y casi exclusivamente contra una comunicación hegemónica en crisis, sino para discutir mejor entre nosotros, con la sociedad. Dicho desde la más patética de las posiciones, que es la de un oxímoron, cierto kirchnerismo maricón., lo que se propone aquí es que dado que de la resistencia comunicacional hemos llegado en tiempos acelerados a un escenario de triunfo en primera vuelta, ya hay la suficiente potencia política como para cuidarse de los exitismos, del riesgo de agrande, del “engorde fácil” al estilo ’73, de los excesos de entonces en términos de sectarismo.
En esta nueva etapa distinta habrá que mantener la guardia alta. Lo que no necesariamente significa apelar sólo a fieras gramáticas televisivas o periodísticas que pueden terminar siendo, según venga la bocha, polarizadoras o esterilizantes.

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