ANADig: Buenos vecinos, escribe Dante Palma

sábado, 18 de diciembre de 2010

Buenos vecinos, escribe Dante Palma

 (publicado originalmente el 16/12/10 en Veintitrés)

Los dolorosos hechos transcurridos en Villa Soldati parecen dejar varias lecciones que intentaré resumir brevemente: en primer lugar, la complicidad entre políticos y barrabravas también alcanza a la “nueva política”, aquella que cacarea desde la “virtualidad” de Twitter pero utiliza sicarios para pelear territorios “bien concretos y reales”; en segundo lugar, la ineptitud escalofriante de la administración macrista no puede derivar en una suerte de actitud laissez faire del Gobierno Nacional independientemente de los fundamentos de límites jurisdiccionales que puedan avalar su (no) accionar. En este sentido, llegado determinado punto, la participación del Gobierno Nacional a todo nivel no debe obedecer a razones de estrategia política sino a razones humanitarias; en tercer lugar, el escenario en el que CFK parece llevar una diferencia indescontable de cara a las próximas elecciones, lejos de calmar los ánimos de los opositores y buscar terrenos de negociación, ha exacerbado la procacidad de una verba destituyente que no ahorra en apelar a las peores escorias y a veladas amenazas para llevar adelante su plan. Esto incluye a los principales editorialistas y a los exabruptos xenófobos típicos de los discursos decadentistas de las derechas asustadas. Por último, conflictos sociales que derivaron en bolivianos, paraguayos, tobas y un militante muertos en 45 días, supone revisar urgentemente las estructuras policiales puesto que su acción o su omisión parecen tener como víctimas predilectas a aquellos sujetos que, desde los márgenes, ponen en tela de juicio el status quo.
Sobre esto último, más allá de que parece haber sido relativamente improvisado, CFK estuvo rápida de reflejos para crear el Ministerio de Seguridad. Desde mi punto de vista, la designación de Nilda Garré al frente de tal organismo es toda una definición que complementa el proyecto de creación de un Observatorio Nacional del delito y la violencia, presentado hace algunas semanas en la Cámara de Diputados. Si bien se trata de instituciones con competencias distintas, ambas parecen ser, como mínimo, un espacio donde poder disputar con la derecha la agenda de la inseguridad proponiendo recetas un poco más complejas que la simple eliminación de toda entidad viva que delinca. En este sentido, sería deseable que éste fuese el puntapié inicial para una visión progresista que no se desembarace de la problemática de la inseguridad bajo el latiguillo de ser “un tema de la derecha” y que ofrezca soluciones tanto de largo como de corto plazo.
Pero los hechos de Villa Soldati también dejaron en el aire un perfume de significantes cuyo análisis pueden ayudar a comprender senderos profundamente ideológicos con incidencia práctica. En este sentido, alcanzará con posarse en un sujeto colectivo que reapareció con fuerza y con toda la carga beatífica de su aparente espontaneidad: “los vecinos”. Sin abusar del recurso etimológico, la noción de “vecino” tuvo una clara importancia en las reformas políticas que Solón y Clístenes hicieron para quebrar la identificación familiar que dominaba el espacio de la que luego sería la floreciente polis ateniense. La idea de vecino, entonces, privilegiaba el vínculo geográfico y político. Dicho en términos prácticos, se trazaron divisiones territoriales tratando de romper con la lógica de los clanes y la relación de sangre para hacer énfasis en “aquel que vive cerca” bajo el paraguas de un Estado.
Sin embargo los tiempos han cambiado y el significado que este término tiene hoy para los habitantes de la Capital es bastante particular pues fue uno de los recursos utilizados por el PRO en su campaña para alcanzar el poder. De repente, los porteños pasamos a ser “vecinos” sin demasiada noción de lo que eso implicaba y, seguramente, pecamos de ingenuidad. Por lo pronto, como se decía algunas líneas atrás, el vecino es aquel con el que nos une una geografía, una espacialidad. Este vínculo, claro, no tiene por qué ser amistoso. De hecho, una de las principales fuentes de violencia proviene de las peleas entre vecinos y, a juzgar por los dichos del Jefe de Gobierno, el conflicto de Villa Soldati obedece a una “inmigración descontrolada” (de ciudadanos de países “vecinos”). Asimismo, si uno se remite al origen latino de la palabra y a su equivalente en el griego, notaremos que este término se emparenta a “aldea”, “localidad”, incluso “Casa”. Se sigue de esto que detrás del término “vecino” parece haber una implícita limitación que puede ponerse en tela de juicio en el marco de ciudades con un vasto territorio, pues la vecindad parece estar asociada a lo pequeño y al vínculo “cara a cara”, esto es, elementos que parecen mucho más explicativos de la relación que se establece en un pueblo antes que en una gran ciudad.
Pero si bien no se trata aquí de identificar la esencia porteña, llama la atención cómo la idea de ser ahora un “vecino” choca con la auto-identificación, fantasiosa o no, del porteño como aquel ciudadano cosmopolita cuyo nexo no es una geografía sino una visión del mundo y del Hombre incluso más fuerte que el vínculo político con el Estado. Recordemos que el cosmopolitismo es ante todo una teoría de la identidad que supone que el elemento moralmente relevante de los individuos, antes que la nacionalidad, el espacio donde habita, el género, la clase social, la etnia, la religión o el objeto de deseo, es el hecho de ser Humano.
Lejos de este tinte universalista del cosmopolitismo está el punto de vista de la cultura de asesores PRO que se puede ver plasmada, entre otros, en la tapa del diario Perfil del sábado 11/12/10 cuando se habla de una disputa entre “vecinos” y “okupas”. No hay ciudadanos, ni siquiera habitantes a juzgar por esa clasificación. Es más, si se me permite la digresión, habría que indagar más profundo pues detrás de la distinción entre “okupas” (inmigrantes, vagos y asesinos con k de kirchneristas) y “vecinos” (argentinos, trabajadores y justicieros sin k de kirchneristas) parece haber un requisito oculto. Esto tiene que ver con que los primeros son también, en sentido estricto, “vecinos” pues son ciudadanos que viven en las proximidades del Parque Indoamericano y sin embargo no son llamados así. Pues entonces, ¿qué es lo que convierte a unos en “vecinos” y a otros en “Okupas”? La respuesta es compleja pero hay quienes suponen que en los títulos de propiedad, la simpatía política y el pasaporte argentino, estaría la clave.
Dicho esto podemos concluir que los porteños hemos hecho un retroceso, pues en la medida en que fuimos profundizando nuestra autonomía política respecto del Gobierno Nacional, elegimos un Jefe de Gobierno que nos quitó el status de “ciudadanos” desde una retórica coherente pues la categoría de ciudadanía implica la participación política, elemento denostado por el desprecio que supura de las loas a la desideologización y a la administración neutral de los conflictos. En este sentido, una vez más, las palabras parecen determinar lo real pues la noción de “vecino”, asociada al límite y a un territorio pequeño donde lo que se privilegia es ante todo una mera contigüidad espacial de cuerpos no exenta de conflictos, nos presenta, paradójicamente, una ciudad que crece poblacional y económicamente pero en la que cada vez nos empequeñecemos más cultural y políticamente. Una ciudad atomizada, excluyente, dividida y sin ciudadanos pero rebosante de buenos vecinos.

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