ANADig: ESPASMOS ARGENTINOS

sábado, 13 de marzo de 2010

ESPASMOS ARGENTINOS

La sociedad argentina, como tantas otras seguramente, suele actuar espasmódicamente en ciertas circunstancias. Actuó de esa manera en 1982, cuando ante la Guerra de Malvinas victorió una tragedia. Luego, también, de la misma manera lo hizo a principios de la década de 1990 cuando un economista de ojos grandes -tan grandes que engordaban el ganado extranjero- aplicó recetas neoliberales que pulverizaron industrias nacionales, ahorros, esfuerzos de décadas. Mientras alegremente gran parte de la sociedad saludaba con pañuelos verdes desde las escalerillas de los sueños que llevaban al primer mundo. En esa época los espasmos se convirtieron en aplausos al desguace de las empresas del Estado y la enajenación de la cultura del trabajo; aplausos que luego terminaron en un corralito rodeado de pobres, de miseria, desocupados y decenas de muertos -por represión y tristeza-.

Y después ocurrió algo parecido cuando el gran mitómano de la historia reciente anunció el default graciosamente; o cuando el que le siguió en la presidencia prometió “un peso por dólar” o viceversa. Aplausos y más aplausos que luego se trocaron en desencanto.

Espasmos que, por entonces, no sirvieron para crecer como cuerpo social capaz de definir por donde iba el camino. Bastaron lágrimas de soja -abundantes, sin duda-, siniestros operativos mediáticos, oportunismo político expresado en traiciones por doquier, para que una parte de la sociedad, no toda, sintiera en carne propia la “miseria”, la “ruina” de los “campesinos” argentinos y comenzara a gestar dentro suyo el desprecio al gobierno que hasta entonces aplaudía, también espasmódicamente.

Entonces, el ex presidente honesto, que sin tener los ojos grandes ni fijos supo mirar hacia adentro y corregir el camino de la economía nacional, con inclusión social y derechos laborales restablecidos, pasó a ser el corrupto del Bicentenario; la presidenta del vuelo intelectual y la claridad de conceptos se convirtió en la esposa del caballo -me reservo el término real por delicadeza literaria-, en una fémina “insoportable”, “inaguantable”, etc., etc.

Y después, enseguida nomás, cuando el ex presidente estaba a punto de asumir como diputado -¡oh, casualidad!- aparece un libro escrito por un periodista empleado del candidato de cuello tatuado -escrito contra reloj- en cuyas páginas espasmódicas se describe al mismo demonio y sus frecuentes visitas a la cueva del célebre Alí Babá. Llegaba la Nochebuena y las librerías del país -salvo dos o tres- vendían el libelo como turrones, garrapiñadas o el pan dulce propio de esa fecha.

No era otra cosa que un panfleto -un arma de tinta tan utilizada en 1955 y después también, de la cual era un hábil ejecutor el recientemente fallecido Tomás Eloy Martínez-. Un panfleto de cuarta categoría, publicitado por los medios hegemónicos irritados por la equidad de la recientemente sancionada Ley como si fuera El Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra.

Espasmo y morbo se convirtieron en dinero para el periodista y en nutriente para el odio visceral hacia el defenestrado ex presidente y todo lo que lo rodea. El libro se apolillará en los anaqueles, como un pan dulce vencido.

Y espasmódicamente una parte de la sociedad, no toda, se sumó a la fiesta de disfraces donde la borrachera del inminente desbarranco del gobierno hizo olvidar a los concurrentes ajustarse las caretas, mientras posaban para la foto de la Historia con un sombrío decorado de fondo del que colgaba un cartel: “Cambalache”.

Uno de los invitados llegó tarde porque estaba jugando al golf en La Rioja; con el apuro llegó sin careta. Además, no la necesita. Otro dejó de lado su humor heredado de los comechingones, ya que en medio de la fiesta se enteró que la jueza Servini de Cubría lo investiga por supuestas cuentas bancarias que el muchacho de barrio tendría en Bahamas y las Islas Caimán. Esta chistosa mascarita fue la que blanqueó el motivo de la fiesta cuando dijo que a los invitados “los unía el espanto”.

Pero, parece que cuando los espasmos dejaron lugar al raciocinio y la verdad, la fiesta de disfraces implosionó con todo el desbarajuste de miserias humanas, despropósitos y caretas rotas que ello produjo.

El general Perón dijo alguna vez que “los pueblos nunca se suicidan”. Esta vez tampoco. Al menos eso se avizora, mientras después de 200 años los espasmos van menguando y la sociedad Argentina marcha hacia la madurez que siempre sobreviene al dolor.

Siempre y cuando no vuelva a repetir las tragedias.

Para ello es necesario distinguir entre democracia y fiesta de disfraces.

ANADig, Colaboración Rubén Santiago Rüedi

No hay comentarios:

Publicar un comentario